En el amor existe una fuerza misteriosa que supera las posibilidades de
la carne. Estoy convencido de que a ningún enamorado le
resultará ajena esta ley fastidiosa e insuperable, como a la misma sensualidad,
que sabe que no puede ir más allá de las partículas físicas del cuerpo y la
sangre.
Si algún día voy a Viena, a la vieja y hermosa ciudad imperial europea, lo
primero que haré será acercarme al Palacio del Belvedere para ver de cerca la
obra maestra de Gustav Klimt. En esta pintura al óleo, según yo lo veo, se
expresa de modo único el misterio del amor romántico y a la vez la maldición
que éste lleva inscrito en las entretelas de su ser.
En El beso, pintura simbólica
y figurativa al mismo tiempo, Klimt despliega una escena mágica, entre sublime
y familiar, con una pareja de enamorados como protagonistas absolutos de un
instante romántico al que trata de inmortalizar.
Como al autor de esta maravillosa obra de arte, desde joven he sentido
la fascinación por las obras con fondos o detalles dorados, por esa imitación
de la luz gloriosa que plasmaban los artistas bizantinos en sus iconos y
trabajos: cuadros de santos y santas, de la Santísima Virgen María con el Niño
y del propio Jesucristo de adulto bendiciendo a quien lo mirara; iconos y
estampas por otra parte que yo tengo hoy repartidos por mi casa. Así pues, en
Klimt influyeron poderosamente los mosaicos de la importante basílica de San
Vital de Rávena, descubiertos por el joven en 1903, durante un viaje a Italia.
En consecuencia el pintor austríaco recibió la inspiración del arte decorativo
oriental para crear algo muy personal pero impregnado de simbolismo, y así
poder reaccionar contra el arte académico tradicional, que encorsetaba según él
la libertad creativa del artista.
Así, puede verse en El beso a dos
amantes fundidos en un abrazo eterno, envueltos por una flor de luz dorada de
la que apenas afloran las cabezas y las manos, pues los cuerpos de ambos parecen
disueltos en un solo organismo. Él, elegante con sus vestiduras de oro, de
motivos geométricos como rectángulos de carácter fálico, y ella, también
envuelta en ropajes bruñidos pero de motivos circulares, simbolizando el molde,
matriz o útero del vientre femenino. Él, asimismo, ocupando en la composición
un espacio cuadrado, y ella, en cambio, formando con su cuerpo un triángulo.
Con lo que Klimt subrayaba aún más el sabor erótico de su cuadro.
Por otro lado, el hombre y la mujer anónimos que han sido sorprendidos
amándose, entre casta e impetuosamente, se encuentran sobre un jirón de hierba
y flores a modo de prado, que termina elevado, y muere en un precipicio más allá
del cual nos corresponde a nosotros imaginar el fondo del mismo. Los amantes se encuentran
por tanto al borde de un grave peligro. Tal vez reflejo de la situación
precaria de todo amor, que se parece a un astro del firmamento hermosísimo y
brillante, que para no consumirse y morir, ha de volar de pareja en pareja,
para mientras éstas se abrasan, ir alimentándose de sus ensueños, besos y
lágrimas.
Las figuras, recortadas contra un fondo neutro, arcilloso, polvoriento y
cálido, que contrasta con los tonos pasteles y fríos del delicioso prado, no
ofrecen sin embargo perspectiva o profundidad alguna. La escena es totalmente
plana, fingiendo imitar un mosaico en el que ha sido perpetuado un gozoso momento
de pasión humana.
Sin embargo, el ángulo de visión escogido por el artista es ligeramente
picado, o incipientemente cenital, mostrando el escorzo de los dos enamorados.
Quizá desde esa posición resulte más fácil encumbrar o dar valor al gesto
sensual y universal de enlazarnos mientras nos besamos.
Sea como fuere, la actividad de la escena es desplegada únicamente por
el varón, que aferra el rostro de la mujer mientras le estampa un beso
apasionado en la cara. No por eso menos ardiente y delicado. Se puede palpar en este intenso detalle que por el espinazo del hombre corren veloces emociones primitivas y afectos
desbordados de ternura y exaltación en constante ebullición y maridaje. Su
figura toda, construida por líneas rectas, indica la firmeza de su empuje, la
convicción de su aspaviento, la adoración apasionada que profesa a una
reina cuyo peinado está nimbado de flores.
A ella, por el contrario, tremendamente sensual, como confiesan las curvas de sus caderas, su
hombro y sus pies desnudos, le corresponde una actitud pasiva, de recipiente o
vasija de la simiente del hombre. Pero también en la mujer puede verse esa
sensación eléctrica que recorre a los cuerpos cuando se juntan dos pieles conocidas.
En ella se aprecia la tensión del relámpago, la energía que despide y acumula
ese acto; y aunque sus manos parecen apretadas, contrastan sin embargo con la
expresión relajada de su cara. Por tanto, no veo resistencia en la mujer como
algunos han visto, veo en cambio entrega y cariño. Aunque a ella tampoco se le
escape que amar entraña cierto riesgo, en parte por tratarse el amor de una
emulsión frenética de ternura y deseo. De sosiego y lujuria, de tiras y
aflojas, de inclinaciones y contrapesos.
Por ese motivo están envueltos los amantes de El beso en un capullo de oro, fundidos en un abrazo y un beso
eternos, cuya luz dorada representa desde la misma Edad Media la capacidad de
trasladar la mente de lo material a lo inmaterial, de lo corpóreo a lo
espiritual, de lo efímero a lo eterno, pues Klimt albergaría el deseo de expresar con este momento de
romanticismo casi místico la cercanía del amor humano con las cosas sagradas.
De esta manera, entiendo yo que derretir y hacer visible al mismo tiempo el
aura que rodea a dos amantes en el tierno momento de un beso, a través de los fondos
dorados del mundo bizantino, expresa la trascendencia del amor romántico, la unión de dos mundos separados y a la vez tan unidos, el
terrenal y carnal, por un lado, y el celestial o superior, por otro. Y así, a través del amor, escalar a ese
mundo elevado al que tienden los amantes con sus besos.
No concibo mejor forma de entender este cuadro. No obstante, no conviene
formarse ídolos, pues todos acaban cayendo. No conviene, por tanto, albergar
esperanzas que son en sí mismas un imposible. Decía al principio de esta breve conferencia
que en el amor existe una fuerza misteriosa que supera las posibilidades de la
carne. Y después de muchos años explorando las profundidades del amor
romántico, resulta que una sola frase es capaz de describir perfectamente el
amor pasional y señalar los límites de la sublimación del deseo. Lo que viene a
ser esto último la maldición que acompaña siempre a todo amor incubado por
Cupido. Por Cupido, o tal vez por Lucifer.
Así pues, sentenciaba Gómez Dávila, un sabio colombiano al que tengo por
maestro, y que imagino que no se inspiraría en El beso para pronunciar este indiscutible aserto, que “amar es rondar sin descanso en torno a la
impenetrabilidad de un ser”.
Sus reflexiones en torno al beso del museo vienés me recuerdan dos sonetos famosos, que me imagino sabe ya a cuáles me refiero:
ResponderEliminarde Quevedo: Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, desotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, más tendrán sentido,
polvo serán, más polvo enamorado.
de Lope: Desmayarse, atreverse, estar furioso
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Creo que el de Quevedo es bellísimo y absolutamente utópico. Lope, que era un hombre intelectualmente superdotado, no alcanza en belleza a su colega, pero sí en realismo. Hasta menciona al infierno.
En ambos casos, el amor romántico es efímero: supera las posibilidades del hombre, y más en estos tiempos de sequía, en que la moda femenina es comenzar por el sexo y terminar por el dominio de ese ser tonto (según el NOM) que es el varón.
Es un auténtico misterio, el amor romántico.
Jotape, no ha podido escoger dos ejemplos mejores sobre el amor romántico. El poema de Quevedo es la más alta formulación del eros que han dado las Letras. En 'Amor constante más allá de la muerte' el genio madrileño alcanza, como digo, la cumbre del amor trascendente, de la sublimación del amor, que como toda sublimación es al mismo tiempo una forma de enmascaramiento. Lope, como usted bien dice, prefiere el realismo, pero derramando también su genio infinito en versos tan soberbios como "creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño". Pues ciertamente el amor romántico no de deja de ser una forma de engaño, un impulso traicionero y momentáneo. Una especie de demonio capaz de sumirnos después del deleite en la más absoluta desgracia.
EliminarSu alusión al Nuevo Orden Mundial es acertada si de lo que se trata es de descubrir el engaño. Porque es evidente que los amos de la Religión Oculta se han encargado desde hace décadas de promocionar un tipo de amor-lujuria desenfrenado cuyos resultados son hoy evidentes; un tipo de ídolo hambriento que se robustece con cada fracaso, como si cada pareja rota fuese un sacrificio pedido por ese demonio. Por eso parece que el mal está ganando, pero el ser humano es un animal demasiado débil y al mismo tiempo soberbio como para reconocer, por un lado su insignificancia y, por otro, su dependencia.
En cualquier caso, es verdad que también el amor romántico es un gran misterio. Un misterio apasionante.
Para acabar, a las manifestaciones amorosas anteriores yo añadiría sobre todo a Gustavo Adolfo Becquer. Para mí el sevillano es un poeta sublime. Muchos de sus versos conmueven el alma:
...allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad,
todo cuanto los dos hemos callado,
allí lo hemos de hablar.
Los suspiros son aire, y van al aire.
Las lágrimas son agua, y van al mar.
Dime, mujer, cuando el amor se olvida,
¿sabes tú adónde va?
Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué;
aunque sentí al hacerlo que la vida
¡me arrancaba con él!
Creo que en último término estas manifestaciones aluden al amor auténtico que se identifica con Dios aunque nosotros al suspirar de esta forma no lo sepamos. Por eso otra de las fórmulas amorosas más elevadas es el 'Cántico espiritual' de San Juan de la Cruz o el precioso 'Cantar de los cantares'.
En fin, es evidente que el amor atraviesa el ser del hombre, que es una cuestión íntima que lo comprende y al que tiende. Ayer mismo me acerqué a un pueblecito perdido de la Sierra de Albacete, y de camino, me fui topando con algunas inscripciones echas con spray en los muros de piedra de algunas casa deshabitada al borde de la carretera. Asombrado, a pesar de saber que el amor es un fenómeno universal, fui leyendo cosas como ésta: "Los amores que matan son los que nunca mueren". Lo dicho, un misterio insondable.
Un Tratado español sobre el Amor Romántico: http://www.mercaba.org/DOCTORES/JUAN-CRUZ/poesias.htm#1
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