miércoles, 9 de enero de 2019

Ciudadela de Antoine de Saint-Exupèry

Antoine de Saint-Exupéry nació en Lyon el 29 de junio de 1900 y desapareció con su avión volando en misión sobre Francia en 1944. Apasionado de la navegación aérea, fue uno de los pioneros de la aviación comercial, cubriendo rutas en Europa, África y Sudamérica. Sus experiencias como piloto inspiraron muchas de sus obras, como Correo Sur (1928), Vuelo nocturno (1930) o Tierra de hombres (1939). Sin embargo, El principito (1943), un relato para niños lleno de poesía y elementos simbólicos, le granjeó tal celebridad que el resto de su obra quedó eclipsada. Ciudadela, publicada por primera vez en 1948, reúne las notas que el misterioso autor dejó inéditas cuando desapareció volando sobre Francia en misión de guerra. Y es precisamente en esta obra donde Saint-Exupéry plasma con mayor profundidad su mundo interior y su visión espiritual y trascendente de las cosas.


De hecho, la necesidad de volver a la esencia de las cosas y el deseo de encontrar un orden social y espiritual ideales empapan, página a página, la obra de Saint-Exupéry. Se observa fácilmente esto en el comienzo de Ciudadela, donde el autor se lamenta de haber visto extraviarse la piedad de los hombres con demasiada frecuencia. Los amplitud de los temas tratados por el enigmático escritor francés, consignados en sus notas, abordan todos los problemas del destino humano y de la condición del hombre. Entre ellos figuran el amor, el tiempo, el sentido de la vida, Dios, la educación, la paz, el buen gobierno, la libertad, el sentido de las cosas, la justicia, la verdad.

De entrada, para Saint-Exupéry «el hombre es en todo semejante a la ciudadela. Destruye los muros para asegurarse la libertad; pero ya es solo una fortaleza desmantelada, y abierta a las estrellas. Entonces comienza la angustia del no ser» (p. 30). Como vemos, la pregunta acerca de la identidad era antaño de la mayor trascendencia, del mismo modo que lo es hoy para nosotros. Semejante actualidad en los temas se aprecia igualmente a lo largo de la obra. Entre sus páginas puede apreciarse, por ejemplo, una sorprendente crítica a los excesos del capitalismo: 

«Prohíbo a los mercaderes alabar demasiado sus mercaderías. Porque se convierten pronto en pedagogos y te enseñan como fin lo que por esencia es un medio, y al engañarte así acerca del camino que seguir te degradan; porque si su música es vulgar te fabrican, para vendértela, un alma vulgar. Así pues, está bien que los objetos sean creados para servir a los hombres; sería monstruoso que los hombres fueran creados para servir de caja de residuos a los objetos» (p. 218). Visión sobrecogedora y certera de los tiempos actuales, en los cuales las almas vulgares pululan y en la que los mercaderes ofrecen sobre todo lo que más vulgariza.

Después de todo, entre las ideas más interesantes de Saint-Exupéry destacaría su visión del amor («amar es reconocer» y «el amor no es más que conocimiento de los dioses», p. 324); su idea del tiempo, unida inseparablemente a su noción de la justicia («el tiempo no es un reloj que consume su arena, sino un cosechador que ata su gavilla», p. 27); su visión de la paz (que «viene de los recién nacidos, de las cosechas logradas, de la casa por fin en orden. Viene de la eternidad, donde penetran las cosas cumplidas», p. 30); y su incansable búsqueda de la verdad, de lo trascendente, de lo esencial, siendo consciente en todo momento de que en este mundo «no hay nunca respuesta que sacie», p. 28).

Cabe añadir, antes de concluir este breve comentario sobre las anotaciones de Saint-Exupéry recogidas en la obra intitulada Ciudadela, que el autor divagaba constantemente acerca de Dios, como se aprecia claramente en esta obra, inspirada en los Evangelios y en la literatura sapiencial del Antiguo Testamento. De cualquier modo, para Antoine de Saint-Exupéry Dios era, en el peor de los casos, un relojero ausente, o el «nudo esencial de actos diversos», en el mejor de ellos. Hermosa visión, por cierto, de aquel que mueve los hilos que nos anudan a distintas personas y que actúa sólo por y para nuestro bien. 



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