Cuando El Cuervo apareció en 1981 causó en el mundo del cómic una tremenda conmoción. La historia, y sobre todo su estética, fascinaron a miles de lectores sorprendidos, y no es para menos, con esta tragedia romántica de ambientación tenebrista. La adaptación cinematográfica elevó más tarde a la categoría de mito el relato de James O'Barr, rodeando a este cuento gótico de un halo de misterio tras la muerte de Brandon Lee que ya sería para El Cuervo como una segunda piel. Aunque a mi juicio la sensibilidad de esta época está muy alejada de la estética y la historia que propone esta fantasía melancólica, éste es sin embargo, por su arrebatadora fuerza expresionista, un clásico forjado a sí mismo que no necesita el culto de una masa entregada a otros placeres más prosaicos o a lecturas mucho menos comprometidas.
La historia que cuenta James O'Barr en esta lúgubre carta de amor fue gestándose en su torturada imaginación a partir de un accidente desgraciado, y del que él se consideraba de alguna manera responsable, que costó la vida a una persona amada. Sus demonios hicieron el resto. El resultado fue una narración sombría de irresistible encanto; el réquiem sangriento de un enamorado; el aria final de un personaje desolado pero alimentado por el odio y la sed de justicia. En resumidas cuentas, una fantasía trágica y oscurantista de carácter romántico.
En la ficción, Eric Draven —el indiscutible y melancólico protagonista— se convierte en un fantasma deshecho por la muerte de su novia Shelly a manos de un grupo de indeseables (Funboy, T-Bird, TomTom...) que se cruzan en su camino y dejan a Eric vacío y muerto por dentro, pues él sobrevive milagrosamente. No así su chica. Y en consecuencia jura vengarse. Para alcanzar su cometido se prepara concienzudamente, consumiendo su vieja identidad mediante oleadas de dolor que laceran su alma atormentada. La historia de cómo ejecuta a uno detrás de otro, entre dolorosos recuerdos, es la historia de este ritual de sangre, llanto y amor.
Por su parte, el escenario en el que se desarrolla la trama es un mundo oscuro y rebosante de crímenes, una ciudad de Detroit corrompida hasta las cachas y perfumada de drogas y fachadas gotizantes, «donde los ángeles no se atreven a flotar y los demonios cantan baladas». La historia se desarrolla, como es lógico, durante los compases preferidos de los criminales: la noche. Noches febriles y narcóticas que, «bajo una luna opiácea y amarilla», alientan las viñetas personalísimas del autor de esta obra.
El dibujo en blanco y negro, por otro lado, transmite perfectamente la pulsión de Eric, su obsesivo deseo, su insoportable dolor, su sempiterno duelo. El dibujo contagia tensión, pesar, tristeza, angustia... en última instancia, el calvario de un héroe conocido como El Cuervo.
Pues El Cuervo al fin y al cabo es la fantasía primitiva que anida en el corazón de todo hombre bueno de acabar totalmente con el mal que habita en el mundo y contamina su vida desde su nacimiento hasta su muerte. Visto así este deseo plasmado en esta tragedia romántica de ambientación tenebrista, James O'Barr tiene todos mis respetos. No obstante, no sólo por este motivo El Cuervo es una obra imprescindible del noveno arte. Alguna de las razones por las que es un relato mítico están referidas más arriba.
La historia que cuenta James O'Barr en esta lúgubre carta de amor fue gestándose en su torturada imaginación a partir de un accidente desgraciado, y del que él se consideraba de alguna manera responsable, que costó la vida a una persona amada. Sus demonios hicieron el resto. El resultado fue una narración sombría de irresistible encanto; el réquiem sangriento de un enamorado; el aria final de un personaje desolado pero alimentado por el odio y la sed de justicia. En resumidas cuentas, una fantasía trágica y oscurantista de carácter romántico.
En la ficción, Eric Draven —el indiscutible y melancólico protagonista— se convierte en un fantasma deshecho por la muerte de su novia Shelly a manos de un grupo de indeseables (Funboy, T-Bird, TomTom...) que se cruzan en su camino y dejan a Eric vacío y muerto por dentro, pues él sobrevive milagrosamente. No así su chica. Y en consecuencia jura vengarse. Para alcanzar su cometido se prepara concienzudamente, consumiendo su vieja identidad mediante oleadas de dolor que laceran su alma atormentada. La historia de cómo ejecuta a uno detrás de otro, entre dolorosos recuerdos, es la historia de este ritual de sangre, llanto y amor.
Por su parte, el escenario en el que se desarrolla la trama es un mundo oscuro y rebosante de crímenes, una ciudad de Detroit corrompida hasta las cachas y perfumada de drogas y fachadas gotizantes, «donde los ángeles no se atreven a flotar y los demonios cantan baladas». La historia se desarrolla, como es lógico, durante los compases preferidos de los criminales: la noche. Noches febriles y narcóticas que, «bajo una luna opiácea y amarilla», alientan las viñetas personalísimas del autor de esta obra.
El dibujo en blanco y negro, por otro lado, transmite perfectamente la pulsión de Eric, su obsesivo deseo, su insoportable dolor, su sempiterno duelo. El dibujo contagia tensión, pesar, tristeza, angustia... en última instancia, el calvario de un héroe conocido como El Cuervo.
Pues El Cuervo al fin y al cabo es la fantasía primitiva que anida en el corazón de todo hombre bueno de acabar totalmente con el mal que habita en el mundo y contamina su vida desde su nacimiento hasta su muerte. Visto así este deseo plasmado en esta tragedia romántica de ambientación tenebrista, James O'Barr tiene todos mis respetos. No obstante, no sólo por este motivo El Cuervo es una obra imprescindible del noveno arte. Alguna de las razones por las que es un relato mítico están referidas más arriba.
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