A que aquella percepción fuera posible contribuyó enormemente la influencia de Roma, como es sabido y como recalca el autor en su obra. La denominada gens gothorum la unificó Roma «por medio de sus legiones, de sus calzadas, de sus obras públicas, de su cultura urbana, de la explotación «romana» de sus campos de cultivo y de sus minas, etc. La unificó por medio de la administración y el Derecho, así como por una división de Hispania en provincias que en cierto momento configurarían todas juntas la diócesis de Hispania. Sobre todo la unificó a través de la lengua latina, de la que nacerían las lenguas hispánicas posteriores. Y desde el siglo I, dentro del ambiente de la pax romana, una nueva fe venida de Palestina terminaría de imprimir un carácter que sería decisivo para el futuro de lo que llamamos España».
Este último elemento es el que caracterizaría de hecho la impronta, el carácter o la identidad de la nación española, esto es, su catolicismo. Así, los sucesivos reyes godos, Leovigildo, Recaredo y Recesvinto, logrando la unidad política, religiosa y judicial del reino, asentaban las bases de la conciencia española.
De este modo, concluye Santiago Cantera que 1) existió un claro concepto de España (Hispania o Spania) en los tiempos del Reino Visigodo de Toledo; 2) que el Reino Visigodo y la unidad católica de España que él significaba fueron el principal ideal impulsor de la Reconquista tras la invasión islámica del año 711; y 3) que de acuerdo a todo lo anterior, Isabel y Fernando se vieron a sí mismos, no como fundadores de algo nuevo, sino como restauradores de aquella España perdida en el 711.
Así pues, en una hora de la historia en la que la cuna de la Monarquía Hispánica es asediada y se encuentra en trance de muerte —aunque está por ver si sus verdugos la entierran definitivamente—, estas sanas lecturas resultan reconstituyentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario