En dicha obra también hay cabida para los principales monumentos de los municipios colindantes a la capital (El Escorial, Castillo de Manzanares El Real, Buitrago de Lozoya, Chinchón, Navalcarnero y su Plaza de Segovia, la estación de Aranjuez, etc.), y retratos espléndidos de los bosques de la sierra, nevados, en silencio, pero palpitantes y llenos de vida.
La obra de Manso es una obra muy personal, más cerca de la pintura que de la fotografía, que no agota la fotogenia de Madrid ni es su retrato definitivo.
Sin embargo, recrear la vista en tan maravillosas fotografías produce un deleite inexplicable, y además es un ejercicio de sosiego, de aventura apasionante, en busca de las fuentes de la belleza, que es lo que en el fondo complace de veras la vista, el oído y, por extensión, el espíritu.
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