jueves, 19 de diciembre de 2013

¿Existe Dios? Planteamiento previo: La razón es insuficiente

¿Dios existe? ¿Puede conocerse? Estas preguntas, hay que reconocerlo, han estado en boca de todo el mundo, ricos y pobres, sabios e ignorantes, gente corriente o gente formada, sobre todo en los últimos dos siglos y medio. Las dudas suscitadas con el devenir de las eras escépticas y anticristianas han motivado preguntas de este tipo y una descreencia generalizada, y, también, por el contrario, creencias de sospechoso pelaje que niegan en cualquier caso al Dios personal que abrazan los cristianos. En los próximos tres artículos expongo la primera lección que el lector encontrará en la primera parte de Antítesis: La vieja guerra entre Dios y el Diablo, tratando de responder a este interrogante. Doy paso ya al material que saldrá a la luz en breve (finales de diciembre de 2013).


Dios existe

«Las verdades más simples y más necesarias son siempre las últimas en ser creídas»
John Ruskin

Planteamiento previo: La razón es insuficiente

Dios existe y puede conocerse. No es una ilusión. La razón humana es capaz de demostrarlo y de acceder a él con certeza.

Estas afirmaciones hechas a conciencia, sin embargo, no son en ningún caso fruto de una reflexión precipitada, sino de un esfuerzo sistemático, intenso y prolongado por racionalizar mi fe. Porque la fe es racional. Con la misma convicción se puede asegurar que el hombre encuentra resistencia a esta verdad, pero también que esta oposición obedece a su dificultad para pensar lógicamente. (Ver: Principales resistencias a la existencia de Dios.)

Me gustaría indicar por tanto dónde está el problema del hombre para usar su razón rectamente. Es el punto de partida para seguir con atención este discurso y entrar con buen pie en el estudio. En el fondo lo esencial en esta introducción es aprender a pensar. No hay más advertencias que ésta, pero ha de tenerse en cuenta en todo momento: El hombre tiende a encumbrarse y olvida que la razón es insuficiente.

La contrariedad efectivamente reside en la resistencia del hombre para reconocer los límites de su propia razón. Aquí interviene con toda su fortaleza el pecado de soberbia, alimentado de forma imprudente por el racionalismo. Este pensamiento, nacido en el siglo XVIII, alberga en su seno un exceso que trastorna los siglos posteriores, un defecto que desconcierta al ser humano: se exagera la capacidad real de la razón y se la mitifica. Como consecuencia se extiende la incredulidad, pero se cree ya en cualquier cosa, se afirma la independencia de la razón pero nunca es más esclava e intolerante que yendo sola. La aberración del racionalismo es pretender conocerlo todo. Este abuso moderno se llama explicacionismo.

Hoy, de hecho, vivimos bajo su influjo. Hay que dar cuenta de todo y de todo dar explicación. Se pregunta sin fatiga, se indaga sin fuste y medida y se concluye que aún no se ha llegado a una respuesta definitiva. Pero el explicacionismo es un disparate. Consiste en un exceso de la razón que ha traído, rascando las conciencias con las rejas de su arado, el relativismo y escepticismo contemporáneos, lacras de nuestra era casi insalvables a estas alturas. Pero el mal está en su base, en la raíz de nuestro juicio. Y para erradicarlo basta con empezar admitiendo que la razón es insuficiente.

Sólo cuando el hombre asume que la razón es insuficiente y tiene esto en cuenta puede comenzar a pensar lógicamente. El pensamiento entonces puede construirse con orden y sentido. Pero hasta este punto solamente se habría dado el primer paso. Y hemos de dar muchos más para conocer algo. Sin embargo, el siguiente es vital; y va seguido del primero, cogido del brazo, como hermanos gemelos. Veamos, pues, qué sucede tras este primer paso.

Como partimos de que la razón es insuficiente, descubrimos enseguida algo nuevo: La diferencia esencial entre lo que es razonable pensar y lo que sólo se atrevería a preguntar una razón omnipotente. Explicaré la diferencia. Sabemos que la razón tiene unos límites. Y también que podemos conocer algunos aspectos de la realidad a través de la razón, pero no pretender abarcarla completamente. Esto último es un exceso del pensamiento racional, porque es irrisorio procurar ser dioses. Un ejemplo de todo esto sería, una vez demostrado, que es razonable conocer a Dios, pero que está fuera de toda lógica aspirar a penetrar su vasta inteligencia. Tenemos, pues, que tomar las medidas cautelares oportunas para llevar la razón por la senda de las leyes lógicas.

Es absurdo, en resumen, tratar de comprender totalmente la realidad. Lo único a lo que el hombre puede aspirar es a preguntarse si las respuestas alcanzadas a sus dudas son razonables o no lo son, no si puede saber más que Dios.

Dicho esto, ya podemos avanzar por las vías de la existencia de Dios. Esta prevención impuesta, nos guste más o menos, era completamente necesaria para discurrir a partir de ahora con lógica. Porque así podemos centrarnos en la demostración de la existencia de Dios y tener presente si es razonable creer en él, y no si es concebible para nosotros por ejemplo su omnipotencia y omnisciencia. O dicho con otras palabras. El hombre se resiste realmente a creer en la existencia de Dios, no porque su razón sea incapaz de conocerlo, sino porque no puede concebir algo superior a él. ¿Existe Dios? Veamos sólo tres razones que hacen de su existencia la posibilidad más razonable.


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