jueves, 12 de diciembre de 2013

Resistencias principales a la existencia de Dios

Cuando una persona niega a Dios, a mi modo de ver no lo suele hacer porque haya examinado la cuestión de forma crítica. No al menos en un plano intelectual o especulativo. La existencia de Dios, de hecho, se deduce fácilmente con la intervención de la razón humana, que hace de su negación una posición insostenible. Siendo moderados, podríamos decir que la existencia de Dios es infinitamente más razonable que su no existencia, y que el ateísmo, si no irracional, sí resulta inverosímil. Lo que sucede en realidad es que quienes rechazan la existencia de Dios encuentran dificultades de mucho peso para creer en Él, pero estos problemas que ante ellos se muestran son sin embargo de carácter emocional. Algo, por cierto, totalmente comprensible, aunque no por ello esto sancione o fundamente sus opiniones. Pues hay que subrayar que son frenos emocionales los que impiden creer, y no argumentos estrictamente intelectuales o de orden filosófico. Por eso las razones principales que acumulan las personas que niegan a Dios son resistencias y no objeciones estrictamente hablando, ya que las posiciones ateas por sí mismas no explican —ni invalidan— absolutamente nada.

Así pues, las resistencias principales a la existencia de Dios, a mi juicio, son las siguientes:

      1.    La propia naturaleza de Dios

La principal dificultad que el ser humano actual encuentra para creer en Dios es la de que no es capaz de abarcar y comprender totalmente su divina naturaleza. Y es una actitud natural y comprensible. Pues todo hombre, al considerar seriamente los atributos de Dios, se siente aturdido y conmocionado. ¿Cómo pensar, si no, en la perfección de un ser, en su omnisciencia, o en su radical omnipotencia? ¿Cómo integrar en nuestra cabeza humana la inmutabilidad divina, un atributo que consiste en que la esencia de Dios no cambia nunca y que por tanto Éste es el mismo siempre?

Hay que reconocer que su naturaleza nos viene muy grande. El hombre conoce en primer lugar lo que tiene a su alcance. Sabe que él es una anécdota en el cosmos que le rodea, un instante de luz que constantemente envejece, una hoja caduca que finalmente muere, un vapor que se disipa y desaparece; y en función de su experiencia vital, mortal y sesgada, le cuesta concebir realidades tan excelsas, realidades altísimas superiores a él. ¿Por qué? ¿Porque en el fondo la existencia de Dios no es razonable, o porque el hombre atisba el abismo que separa su naturaleza de la de Dios y ese abismo le da vértigo? En el fondo ocurre esto último, y por eso el hombre se resiste a la realidad divina al parecerle inconmensurable. A mí —lo digo también en el libro— me produce mareo tratar de penetrar la vastedad divina; me bloqueo mentalmente cuando indago las realidades supremas, porque, sencillamente, no puedo con ellas. Hay que saber, en consecuencia, que este misterio supremo no nos pertenece abarcarlo, ni está a nuestro alcance comprenderlo íntegramente. Y es que ese abismo que separa ambas inteligencias, la de Dios y la nuestra, produce vértigo e incluso miedo. Un miedo atávico a ese ser supremo que se nos impone como inconmensurable y desconocido. Sea como fuere, su naturaleza nos aturde, pero nuestra debilidad mental no impide lógicamente que algo mayor a nosotros exista.

Pues bien, este freno que acabamos de examinar, que provoca que el espíritu humano se resista a creer en Dios, es, como hemos mostrado, de orden puramente emocional, y no racional o especulativo. Por lo tanto, que el hombre no conciba la magnitud de Dios no niega inmediatamente su existencia; sólo señala los límites humanos, fuera de los cuales, ni le pertenece moverse, ni éste resolverá si existe o no un ser superior a sí mismo. Así pues, el vértigo del ateo a la naturaleza de Dios es una cuestión emocional y en ningún caso una justificación intelectual que descarte a Éste.

         2.  La realidad del mal

En segundo lugar, la existencia de sufrimiento en el mundo le parece al ateo un argumento suficiente para dudar de la existencia misma de Dios. La realidad del mal, sin ninguna duda, escama y conmueve. Los horrores que conocemos a diario, y aun los que no salen a la luz, son innumerables, abrumadores, aciagos y terribles. Sabemos además que, cuando el mal nos toca personalmente, o de manera indirecta a partir de nuestros seres queridos o familiares, hasta los creyentes dan la espalda a Dios y pierden su confianza en Él. Pues en el fondo lo culpamos de nuestras desgracias, aunque sólo sea por haberlas consentido.

Sin embargo, ésta es nuevamente una razón emocional; tan emocional como la anterior o la siguiente. De hecho, para que esta resistencia emocional se convirtiera en seria objeción racional, Dios debería ser lógicamente incompatible con la existencia de sufrimiento en el mundo. Y no lo es. No lo es porque Dios ha querido sujetos moralmente libres, criaturas libres y capaces de mérito. Y estos seres, los hombres, voluntariamente deciden después si siguen la voluntad de Dios, o bien la desechan, yendo por senderos que se desvían del bien, y generando así precisamente el sufrimiento que Dios no quiere. Lo decisivo, como decía, es distinguir si la realidad del dolor y el sufrimiento son incompatibles con la existencia de Dios. De no serlo, no hay razón para negar a Dios, a pesar de todo el mal que vemos y sentimos en nuestro entorno y aun en nuestros huesos.

       3.    La incertidumbre

Por último, la tercera resistencia emocional que las almas incrédulas encuentran para creer en Dios es la de la incertidumbre. Me refiero a incertidumbre como la aparente ausencia de Dios en la naturaleza y en nuestras vidas. La no del todo visible o palpable realidad de Dios, su casi intangible presencia. El ser humano reclama señales. Y es lógico en parte. Nuestra realidad, en gran medida material, demanda manifestaciones evidentes y claras, signos definitivos para los sentidos, pero claro, para aquellos que nos tienen más subyugados, como por ejemplo el visual; es decir, que para garantizar la existencia de algo reclamamos sobre todo confirmación visual, aquello que únicamente nos entra por los ojos. Sin embargo, el misterio del amor es más grande y profundo que cualquier exhibición pornográfica. Quienes reclaman que Dios haga un show ante sus ojos, haciendo ostentación de sus impares poderes, ¿podrían no sonrojarse después cuando Dios les pidiera cuentas acerca de la confianza que toda relación íntima necesita y que ellos habrían arruinado con su impaciencia? ¿Cuánto tardaría en romperse el romance con nuestra pareja, nuestra relación de amistad con nuestro mejor amigo, nuestra relación familiar con nuestro hermano, si estuviéramos constantemente poniéndolos a prueba?

Hoy, el hombre moderno dice con descaro: «si no lo veo no lo creo». Pero la cualidad distintiva de los necios es que no engañan a nadie salvo a sí mismos. Pues el hombre cree constantemente en mil cosas sin haberlas comprobado personalmente. En Antítesis, precisamente, hay un capítulo específico dedicado al misterio de la fe; fe que por cierto todos tenemos, sólo que cada uno orientada o vendida a sus propios ídolos.

Finalmente, si Dios ha deseado personas moralmente libres, libremente habrá el hombre de guiar sus pasos hacia Él, que es, en su íntima comunión, el final al que éste tiende y para el que fue creado. ¿Respetaría Dios nuestro libre albedrío forzando, a partir su exhibición global y pública, nuestra íntima y amante adhesión a su seno? ¿No se vive el amor entre sábanas, entre los muros de un cuarto resguardado de las miradas ajenas? ¿No es compartido por dos almas celosas que se unen por votos de fidelidad y confianza? ¿Se puede, hablando claro, obligar a que nos amen? La idea que se desprende de todo esto es que no hemos sido creados para vivir sin incertidumbre, que no se puede amar sin ella.

En cualquier caso, estas razones expuestas en este artículo son, como hemos dicho, resistencias que frenan al hombre a creer a Dios, pero resistencias emocionales que no descartan lógicamente su existencia, sino que subrayan justamente lo contrario, la noción de misterio. Y al negar el misterio, el ser humano tropieza en varios errores fundamentales que le impiden mirar al cielo sin los párpados empañados. Son los errores que veremos en el siguiente capítulo.

2 comentarios:

  1. Jo el argumento que das al principio da risa. Yo podría decir lo mismo al revés y me quedaría tan fresco : la existencia de "dios·" es más razonable que su no existencia....en fin. Los argumentos que das son muy infantiles lee a Gustavo Bueno a lo mejor te da mejores pistas un saludo

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    1. La afirmación a la que aludes es una conclusión lógica. El argumento es el resto del artículo. No me extraña que no sepas distinguir eso.

      Y en cuanto a Gustavo Bueno, seguro que estás enterado de que su pensamiento discurre por el cauce del materialismo filosófico. Tampoco parece muy extraño que en la cabeza del filósofo español la noción de Dios no entre de ninguna manera.

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